miércoles, 14 de septiembre de 2016

Un contrato no asegura el amor, pero sí los derechos

Un contrato no asegura el amor, pero sí los derechos y también las obligaciones. Es por ello que estoy a favor de que el Estado regule las relaciones contractuales de una pareja (sean del sexo que sean) mediante una figura que ahora conocemos como matrimonio. 
¿Por qué estoy a favor? Por que para la Iglesia, el matrimonio civil es nulo, eso todos lo sabemos. Cualquier pareja heterosexual no casada o casada sólo por lo civil que tiene relaciones sexuales está cometiendo pecado. El mismo criterio aplicaría para las parejas homosexuales, estarían cometiendo pecado. Así que da igual para la Iglesia si están casados o no, de igual manera cometen pecado si y sólo si tienen relaciones sexuales, no por su estatus civil. En cambio, frente al Estado, la sociedad y sus instituciones, sí hay una gran diferencia estar casados: eso formaliza los derechos y obligaciones que tienen los esposos y les da certeza jurídica. Eso a mí me parece fundamental y que les acerca más a tener una mejor cobertura de los derechos humanos y por lo tanto una mejor calidad de vida. Eso, como católico, me parece que es mejor que no tener esa oportunidad. Por lo tanto, no veo problema por el que Estado proteja o trate de proteger esos derechos mediante el matrimonio.
Resalto que sólo en la conciencia de los homosexuales casados y no casados está el saber si han cometido pecado o no. Estar casados por lo civil no hace que automáticamente estén cometiendo pecado, podrían convivir como "hermanos", tal cual se les pide a los divorciados vueltos a casar. Pero eso ya es decisión de la pareja. Incluso, estoy convencido que un homosexual casado por lo civil podría comulgar, tal como podría hacerlo un heterosexual en la misma condición, si acude al sacramento de la Reconciliación.
Como lo dije hace poco más de un año (Yo, pecador y laico...pido perdón), la Iglesia tiene un problema y mete en un problema a sus miembros al darle demasiada importancia a las relaciones sexuales por sobre otros aspectos de la persona. 
Por otro lado, creo que no hay ninguna ley que regule el amor verdadero, sincero y que hace que la persona verdaderamente se entregue de manera libre y voluntaria. Los que se aman, se amarán, firmen un contrato o no; se considerarán familia formada por ese vínculo amoroso, aunque la ley no los reconozca como tal. Creo que no hay ley que controle al Espíritu Santo, este actuará en lo más profundo del ser de cada persona y resonará de tal forma que sienta deseos de Dios. Y ahí, en esos momentos, no hay otra que aplicar la del Papa Francisco: ¿Quiénes somos para juzgarlos? 

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